lunes, 28 de mayo de 2012

Elefantes

A finales de mi niñez o principios de mi adolescencia, mi padre me obsequió una pulsera negra, hecha con unos delgados hilos -de plástico, creo yo- y que terminaban dando vueltas sobre ella, formando una especie de nudos deslizables. 


Lo importante, además de haber sido un regalo de mi padre, fue que me dijo que era una pulsera hecha con pelos de elefante. La pulsera era semejante a esta:






No creo que hayan sido confeccionada con auténticos pelos de elefante. Pero vaya usted a saber. 


El caso es que desde entonces, uno de los animales que me han cautivado son los elefantes. No sé si por ser el mamífero terrestre más grande que habita sobre la Tierra, por no tener depredadores naturales, por su enorme memoria, por su aparente bondad, por la sensibilidad de su piel, porque tuve una pulsera elaborada con auténticos pelos de elefante, pero tienen algo que me fascina.


 Y quisiera en esta ocasión compartir con ustedes un cuento maravilloso titulado:




Un elefante en la oscuridad.

Dícese de una vez en que el sultán, deseoso siempre por ilustrar a su pueblo, mandó traer un elefante de la India, y para que el pánico no se apoderara de aquellas gentes que nunca habían visto un animal más grande que un caballo, mandó encerrarlo en un establo y envió, como primera providencia, a los cinco hombres más sabios de la ciudad a que lo examinaran, y seguidamente explicaran al pueblo lo que habían visto, para que fueran acostumbrándose a aquel fenómeno.




Los sabios fueron al establo a cumplir con el mandato del sultán. Pero era de noche y el lugar estaba a oscuras, y no tomaron la precaución de llevar lámparas con ellos. De modo que decidieron conocerlo por medio del tacto.




Cada uno de ellos, con las prisas por ser el primero en lanzar sus doctas explicaciones a la gente, palpó una parte distinta del elefante y una vez que creyó saber de qué se trataba aquel fenómeno salió rápidamente a explicarlo.

– Ese animal es como una manguera –dijo aquel que tocó la trompa.

- No, no es así –replicó el que había tocado una oreja-. Es más bien como una enorme hoja... ¡Como un abanico!

- Ambos están locos –intervino el que sintió el costado del elefante-. Un elefante es como una pared.

- Los tres están mintiendo –espetó el que había tocado una de las patas-. La única verdad es que ese animal es como una columna.

– ¡Qué equivocados están todos ustedes! – Vociferó el que tanteó uno de los colmillos–. Un elefante es duro y afilado como una lanza.

– Que absurdo –expresó el que palpó la cola–. Esa cosa es sólo como una cuerda parecida a una serpiente con un plumero al final para espantar moscas.

Y así comenzó una discusión acalorada entre ellos, porque todos afirmaban ser poseedores de la verdad y acusaban a los demás de locos o mentirosos.

Aquí una pausa al cuento, para dar cabida a una reflexión:



Si los sabios hubieran llevado una vela encendida (una conciencia iluminada), no hubiesen tenido tantas diferencias de opinión entre ellos, ya que bajo la luz de la vela hubiesen podido contemplar directamente la forma completa del elefante.

La proliferación de religiones, sectas, doctrinas filosóficas y corrientes de pensamiento tiene su origen según el pensamiento sufí en la tendencia del ser humano a deslumbrarse cuando ha descubierto una parte de la Verdad, muchas veces por casualidad, y tratar de comunicarla a la gente de su entorno para aparecer ante ellos como más sabio e iluminado que los demás, pero sin la más mínima inquietud por pensar que lo que ha descubierto solo es una parte y que lo mejor que puede hacer es tratar de buscar el resto. 



Este problema afecta a la mayoría de las culturas sobre la tierra porque tal es el condicionamiento cultural de la inmensa mayoría de la humanidad que, en una discusión, sobre el tema que sea, muy pocas veces nos paramos a pensar que nuestro interlocutor puede poseer una parte de razón y nosotros otra y en vez de tratar de imponer nuestra parte, nuestro punto de vista a toda costa lo mejor que podríamos hacer es compartir.


Pero concluyamos el cuento. 


Al ver el Sultán que las opiniones encontradas de los sabios, más que ayudar a su pueblo a conocer al elefante, estaban suscitando el pánico que él quería evitar, mandó llamar a los sabios y  les dijo:

"Todos ustedes están en lo cierto. La razón por la que cada uno de ustedes esta diciendo diferentes cosas es que cada uno de ustedes tocó una parte diferente del elefante. Por lo tanto el elefante tiene todas las características que mencionaron."

Medítenlo, hagan sus conclusiones y analogías. Pero lo que puedo asegurarles es que nadie posee la verdad absoluta sobre nada. Todos somos ciegos y poseedores de una fracción -pequeña o grande- de la verdad.

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