lunes, 6 de junio de 2011

Los poemas de mi niñez

Hola a todos.

Hoy quiero compartirles que hace ya un montón (pero montón, en serio) de años, le obsequiaron a mi padre un disco desde Puerto Rico llamado Reliquias de San Juan.

Pues resulta que este disco era una compilación de poemas tragicómicos de un autor argentino del que sólo me recordaba su apodo: El triste.

Bien, este disco fue tocado innumerables veces durante mi infancia, de tal manera que me llegué a aprender casi todos los poemas que en él figuraban.

Hoy descubro que El triste, es Héctor Gagliardi. Un escritor de tangos, entre otras cosas y que para mí, es el equivalente argentino de nuestro entrañable Chava Flores. El primero es conocido como El poeta de las cosas simples; mientras que Chava Flores es considerado como retratista y cronista musical de los personajes y situaciones de la metrópoli mexicana. 


Ya habrá ocasión de tratar acerca de Chava Flores. Mi intención, el día de hoy, es escribir uno de los poemas que recuerdo de aquel acetato LP titulado Reliquias de San Juan


Advierto que esta es una transcripción de mi memoria. Como recuerdo que lo declamaba -no sé que puertorriqueño- en el disco. Les ruego disculpen si no se apega al original y también las muy probables omisiones que aparezcan en el texto. ¡Gracias! 



   El Conscripto

Le sucedió a fulanito,
el nombre no viene al caso:
de veinte años escasos
de presumir el mocito,
y a pesar de los escritos
que presentó un abogado,
por un año lo mandaron
a vestirse de conscripto.

La madre se desmayó,
y las hermanas lloraron
el día que se enteraron
que el doctor no lo salvó:
Y él , que siempre se peinó
con “jopo” y a dos cepillos,
le pasaron el rastrillo
y sin melena quedó.

Se acabo la carne dura,
y que esto me hace mal,
y que tiene poca sal,
y a mi no me den verdura,
porque apretar la cintura
un día se pueda hacer,
¡pero, al trote y sin comer,
se acabaron las posturas!

Pronto empezó a comprobar
que el sol sale más temprano
y un cafecito en la mano
para hacerlo levantar,
nadie se lo va a llevar
porque allí no esta la madre,
que te recuerda que es tarde,
o es hora de trabajar.

Allí aprendió que el teniente
no es uno de bigotito
que viene con el autito
para ver a la de enfrente,
porque ese de repente
con un grito “¡cuerpo a tierra!”
hasta a Colon te recuerda
descubriendo el continente.

El no estaba acostumbrado
a tener que obedecer
y menos tener que ser
el chico de los mandados,
pero Sargentos y Cabos
le sacaron en tres días,
el cansancio que tenia
en el cuerpo acumulado.

El sol le tostó la cara...
y de tanto sobre el hombro
fue notando con asombro
que el fusil ya no pesaba.

Las manos muy bien cuidadas
se le pusieron... callosas
y hacia sonar baldosas
cada vez que se cuadraba.

Y entonces…. llego a querer
hasta al sargento primero
y fue el teniente un compañero
que lo hacía obedecer
sin hacerle comprender
de que era un superior
y sin notarlo…  sintió
cariño por su cuartel

Y fue una tarde cualquiera
que volviendo del campito,
transpirado, tostadito,
levantada la visera
sintió nacer esa fiera
que llevamos en el pecho,
cuando en el mástil derecho
miró flamear su bandera.

Es que a veces no podemos
expresar nuestro sentir
porque es difícil medir
hasta donde la queremos,

pero todos bien sabemos
que hasta el alma se agiganta
cuando ondea por el aire
la tricolor por el cielo.

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